La sinfonía nocturna del Okavango

La tienda de campaña está a al menos 100 metros de la tienda más cercana ofreciendo una soledad casi absoluta. Está montada sobre una tarima a sólo unos centímetros por encima del suelo aparente –altos pastos que esconden el agua en sus raíces– y a un par de pasos del agua descubierta que corre lenta pero caprichosamente por este pantano; la llanura anegada del delta del Okavango al norte de Botswana. Un palafito en forma. La humedad se respira hondo. Aún no sale la luna por lo que la oscuridad es absoluta y las estrellas coronan el cielo pero sostienen su reflejo en el agua. Deberían verse más, creería, pero es la misma humedad la que las ofusca. A lo lejos, muy lejos, en dirección norte, se adivina el resplandor de alguna aldea.

Los sonidos del exterior inundan la tienda. La malla anti insectos hace su trabajo; permite entrar el cantar pero deja afuera a la mayoría de los intérpretes, trayendo además un espectáculo singular: las luciérnagas se pegan a ésta, llenando de puntitos luminosos la vista al negro exterior. Algún mosquito se cuela, pero les falta barrio; van dos que se posan justo en mi antebrazo y con un movimiento, ni siquiera tan rápido, pasan a mejor vida (espero que sólo exista el infierno –y que sea muy doloroso– para estos hijos de puta).

El viento tormentoso de hace rato cesó por completo y es así que la más quieta calma se apodera de los altos pastizales apagando el continuo siseo de la maleza dando pie a la más espectacular de las sinfonías.



Se escuchan grillos y cicadas por todos lados como base de la pieza musical. Son acompañados por el característico sonido de los palitos musicales que les dan a los niños sin talento en los coros infantiles (lo sé porque fue mi caso). El tik, tik, tik es continuo, pero el ritmo no aparece aún por ningún lado. Es el croar de una pequeña rana (Hyperolius viridiflavus) que migra desde Angola cada invierno, con el afluente, hacia el sur. Un –lo que creo yo que es– abejorro se acerca desde el oeste al portal de la tienda. Vuela pesado y torpe, choca con todo, no hay un solo poste, por delgado que sea, contra el que no se estampe. El bzzzz se detiene de golpe por un instante pero su perseverancia (al mismo tiempo que su ceguera) son impresionantes. Intenta atravesar la malla, pero –obviamente– no lo logra. Un par de búhos ululan mesuradamente maleza adentro dándole a la sinfonía un toque más serio. El ocasional chasquido de un pez saltando atrapando la cena en la superficie o una rana saltando desde algún lirio. Plop. Hay un lejano grupo de graznidos que no logro reconocer, podrían ser gansos, patos o algún pájaro que no he tenido el gusto aún. Están demasiado lejos como para siquiera valer el esfuerzo de intentar reconocerlos. Justo en el momento que callan, el aleteo de algo cruza frente a mi puerta; algún murciélago, supongo. El vasto ser de algún hipopótamo hace su triunfal entrada, agua moviéndose cerca. Mucha. Avanza mucho más ágil de lo que pudiera parecer. A lo lejos algún otro hipopótamo hace un llamado al que mi ahora vecino contesta. Es un sonido gutural pero grave y con entonación variante. El más lejano parece un lamento pero la respuesta, a menos de 20 metros de mí, parece una indicación. Se detiene a gruñir y sigue su camino. Los splash, splash, splash así lo indican.

Y de repente aparece el sonido que me fascina y aterra por igual. El motivo no tan secreto de este viaje a África del sur; ya sea a Namibia, Sudáfrica o a Botswana. El motivo de casi cualquier safari. El rugido de un león inunda todo a mi alrededor. No estoy del todo seguro si es que la orquesta entera ha guardado silencio o es que no tengo oídos para nada más. Se adivina lejano hacia el este, pero poco importa. Es un sonido único, potentemente profundo sin importar la distancia.

Si este rugido emitiera luz (que de alguna forma lo hace), sería ese rotundo destello que ilumina hasta el último rincón de la tienda.

Hipopótamos en su charca en el Okavango, emblemática escena de Botswana.

Así es una noche normal al norte de Botswana a donde el río llega para desaparecer.

Muchos de los animales (vertebrados) de este texto están mejor fotografiados en esta guía de todos los animales que vi.
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